“Amor al oficio”
Por: Víctor Sampayo
Me gusta observarte desde detrás de los árboles.
Ni siquiera lo sospechas, pero te contemplo, acecho cada uno de tus ángulos, los memorizo y más tarde los dibujo con agonía bajo la soledad de mis sábanas… No obstante, después del final, las preguntas de siempre retumban contra tu eterno mutismo: ¿qué eres? ¿Quién fuiste? ¿Acaso aquél que te creó pudo descansar sus manos sobre tus cúpulas y gozarlas hasta llegar a la saciedad, a la perfección? Lo maldigo y lo envidio, porque él consiguió imaginarte así: emergiendo para siempre de esa concha, sobre las olas de un mar inmóvil. Se deleitó con la promesa que ofrecías cuando aún estabas atrapada en la deformidad del mármol. Sin embargo, ahora él ya no importa. Sólo yo te gozo. Y por eso bendigo a las aves que se posan en tus hombros, en tu pelo, en tus manos, a pesar de que sé muy bien que te habrán de dejar inundada de mierda.
Mejor.
Mañana seré el primero en limpiarte, meticulosamente.
***
¿Les gustó?
Dios mío…es un texto precioso. Me hizo envidiar a ese hombre que es capaz de contamplar la belleza de tal forma.
Sólo puedo decir final sublime…
A mí no me gustó nadita. Cómo no iba a envidiar al escultor un menso así, que en el mármol intocado sólo percibe “deformidad”. Acerca del amor al oficio hay textos mucho mejores, entre ellos “Brass spitoons”, de Langston Hughes.